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OTROS LIBROS:

.Dos mitades en la oscuridad.
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viernes, 21 de junio de 2013

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lunes, 17 de junio de 2013

Capítulo 21 de "Amor entre las sombras"



Bueno, ya estoy de vuelta. Había prometido que el capit lo iba a colgar mañana peeero me adelanto unas horitas. Este capi es algo diferente e intenso aunque no digo más, jejejej. Tendréis que echarle un vistazo si os pica la curiosidad.

 

Os mando un abrazo a toood@s y hasta el siguiente!!! Me encantará saber si os gustó. Bego.

 

 

                                               Capítulo 21

                                                         I


─Puede que se haya cansado de pasear por el campo. Tu abuela es una mujer inquieta, Ross y tanto aire campestre, trino de pájaro y revoloteo seguro que…
─No es eso, Clive.
─¡Cual es el problema, entonces!
─Mis tripas.

         Sus tripas. Las tripas del superintendente Torchwell le hablaban. Fantástico. Quizá el estómago de Ross podría mantener un sabroso diálogo con sus propias entrañas ya que, desde luego, no había quien tratara últimamente con el hombre que se paseaba como un león enjaulado en el despacho en la central de policía que ocupaba desde hacía menos de un mes.

Oteó la hora. Las ocho y media de la mañana. Llevaban media hora reunidos tras finalizar el parte y distribución de zonas y tareas entre los agentes y ni un alma les había interrumpido. La reunión había discurrido en la tónica habitual con pullas malintencionadas y ya habituales dirigidas a él, aprovechando que Rob no había acudido esa mañana a comisaria. Como una jauría que olfateaba la debilidad en el menor número del contrario. No sabía que le apuraba más, si el contenido a veces subido de tono de los comentarios o el hecho de que se vertieran en presencia de Ross.

Comentar de soslayo a su mejor amigo nada más cruzar la puerta, al observar la manera en que la cerraba tras ellos dando un portazo que hizo retumbar las paredes, que no era buena idea que se encerraran a solas, había sido en balde. La contestación se había limitado a una mirada encendida y un fruncimiento de labios. Repetir entre frase y frase que sus compañeros murmurarían y la tomarían con él había dado lugar a un tenso interrogatorio en toda regla hasta el punto de recibir la pregunta del diablo por parte de Torchwell ¿Acaso no era la condenada primera ocasión en que algo semejante le ocurría desde que había sido degradado? Si se sentía acosado por otros agentes tenía derecho a saberlo al ser su superior y esa era una orden directa, no una sugerencia de amigo. Su negativa a contestar había derivado en un ceño extremadamente fruncido, una moqueta pronta a desgastarse y algo de aprensión para tratar el tema de marras que tenía intención de tocar, antes de ponerse el sol. Bueno, los dos temas infernales. Su Srta. Maple y la posibilidad de que Ross la conociera al fin en carne y hueso y el segundo y más peliagudo, el motivo por el que se negaba a hablar de lo ocurrido la noche de la reunión de hombres en la taberna. Sobre todo esto último. En cuanto a su reacción al idiota baboso que le propuso lo que fuera, no tenía la más mínima intención de mencionarlo. Eso sí que lo recordaba pese a la bruma del alcohol y dudaba que fuera a olvidarlo en una buena temporada.

Algo había ocurrido y su nublada mente se negaba a recordarlo en detalle salvo que casi vomitó ¿estando colgado boca abajo? Algo horrible por la manera en que a veces Ross le observaba con fijación para apartar precipitadamente esa mirada inquietante cuando se daba cuenta de que le había pillado in fraganti. La situación comenzaba a afectarle y él no era un hombre que se dejara intimidar con facilidad. Claro que nunca había resultado der el foco de atención de Ross. Más bien su compañero bien avenido, sosegado y de trato afable que compensaba el mal genio, formas bruscas y gruñidos incontrolables de su mejor amigo.

Ahí estaba, de nuevo ¡Diablos! Comenzaba a enfadarse ¡Ni que sufriera la peste bubónica en plena fase de contagio! Ross evitaba tocarle o rozarle e incluso mirarle, salvo que lo creyera distraído.
─¡No te voy a pegar algo infeccioso, sabes!
Al fin tocaba hablar del inmenso elefante ubicado en medio de la diminuta habitación. Claro que el muy idiota testarudo era capaz de decir que sólo lo apreciaba él.
─¿De qué hablas?
─De tu actuar cada vez más rarito, Ross. Me rehúyes la mirada.
El susurrado le dijo la sartén al cazo que captaron sus oídos encendió, de por sí, su magullado humor.
─¿Qué insinúas? Yo actúo normal. Eres tú el que me mira raro y de reojo y me evita como a la peste.
─No digas bobadas, pecoso.
─¡¿No tendrás la desfachatez de negarlo?! Desde…

Diablos ¿Se habría pasado de la raya? Ross se estaba poniendo ¿colorado? ¿Muy colorado? y ¿le miraba los labios? ¿Por qué le miraba los labios? Sucios de tinta, seguro. Probó con la punta de la lengua no fuera que ofreciera un rotundo aspecto de payaso ya que no sería la primera vez en que al redactar un informe policial, de forma incomprensible, parte de la tinta había llegado a su cara. No notó ningún sabor ajeno al habitual. Ni acidez, ni agrio, ni dulzón, ni… diablos, le estaba poniendo nervioso.
─¡Deja de mirarme!
─No es por nada, amigo mío, pero acabas de quejarte de que te rehuyó la mirada y ahora que te miro, ¿me pides que no lo haga? Se ve que no acierto contigo.
─¡No es eso!
─¿Entonces?
Maldición. Muy bien, allá iba, en picado.
─¿Qué pasó la otra noche?
Increíble. El cuerpo ubicado cerca de él se había tornado tan rígido que parecía haber ganado aún más altura, de ser eso posible.
─Sé que hice algo que te incomoda sobremanera.
Ni una palabra.
─Venga, Ross. No pudo ser tan malo o me hubiera despertado con la mandíbula desencajada de un puñetazo ¿Qué dije o hice?

Maldita sea. Esa dispar mirada se había tornado dubitativa y planeaba algo. Casi podía olerlo, como un sabueso. A punto estuvo de recular pero el muy condenado se le adelantó.
─Que eres virgen y que quieres adquirir experiencia para tu paloma.

¡Ja! Lo que le faltaba. Escuchaba cosas sin sentido. El hombre hablaba de pájaros. Alzó la mirada pero los ojos de Ross no sonreían pícaros sino que su rostro mostraba una tensión poco habitual cuando estaban juntos. Dios, que se moría de la vergüenza. Se llevó la mano a la cabeza para darse un segundo que a ser posible pudiera convertirse en una hora o un día o ¡un año! No iba a emborracharse de nuevo en la vida. Las pocas ocasiones en que había ocurrido había descubierto que era un borrachín amoroso y pegadizo. Tendía a abrazar a aquellos que tenía cariño y soltaba lo que se le pasaba por la mente. Miedo le daba imaginar lo que pudo compartir con Torchwell. Seguro que había hablado de su horrorosa inexperiencia con las mujeres y que estaba necesitado de cariño y otras cosas más terrenales, que su pretendida le hacía caso omiso salvo cuando le llevaba algún regalo para camelarla y que no sabía besar como Dios manda, que en cuanto oteaba un poco de carne desnuda se ponía nervioso hasta el punto de desmayarse y que odiaba su lechosa piel que tanto llamaba la atención y que…
─No tienes que avergonzarte, pecoso.
Joder, notaba los mofletes a punto de estallar de calor.
─¡No lo hago y no es cierto!
Un inicio de sonrisa se plasmó en el rostro de Ross.
─Pues la otra noche parecías muy convencido cuando me contaste con pelos y señales que…
─¡No es cierto! ¡Tengo experiencia! ¡Algo! Hace tiempo.
─¿Algo?
Separó las piernas y se cruzó de brazos, así aparentaba madurez y sensatez y ¿le temblaban los muslos del nervio? Diablos, era ridículo.
─Cuando quieras empezamos, Clive.

Al fín… ¡sí! Dejar el tema de marras y centrarse en el repentino viaje de la abuela de Ross a Bath. En ese endemoniado viaje que tenía a su amigo todo revuelto desde que había recibido la misiva de la abuela informándole no sé qué de los estupendos baños que iba a recibir en la costa. La insistencia de Ross en que su abuela odiaba los baños comenzaba a alarmarle incluso a él. Pese a ello, ese era terreno seguro, un tema poco apabullante y neutral. Se adelantó un paso para mostrar su predisposición a terminar de un plumazo con una de las conversaciones más incómodas de su existencia.
─El primero, ¿con o sin lengua?

¿Qué?

                           

                                               II

 

         Se iba a marear. Dios, se iba a caer redondo porque la maldita hoja sólo significaba una cosa y era que había tenido a Saxton tan cerca como para que le introdujera la carta en el bolsillo sin que se diera cuenta. La bilis ascendió hasta quemarle la garganta por lo que se obligó a respirar con profundidad. Una y otra vez. Para evitar vomitar y que los erráticos latidos de su corazón dejaran de retumbar en sus tímpanos. Con fuerza se pasó la mano por el rostro deseando que todo fuera una jodida pesadilla. Nada más… una mal sueño del que poder despertar. Sentía la mirada de Peter sobre su rostro, recorriéndolo y esperando a que hablara y casi palpaba las oleadas de ira emanar de su cuerpo. Estaba rabioso. Por descubrir lo que él llevaba tiempo escondiendo en medio de un terco silencio pero sobre todo, porque se había negado a compartirlo.

         Seguía como una marioneta destrozada con la chaqueta en la mano, inmóvil hasta que sintió el movimiento de un cuerpo inclinarse para recoger la hoja que seguía en el piso. Necesitaba salir de aquí. Necesitaba un lugar que no sintiera opresivo o en el que poder evitar el encontronazo que llegaba. Necesitaba… aire. Se levantó con rapidez pero de un brutal empujón en el hombro, cayó de nuevo sentado al borde del lecho. El mensaje de Peter era claro. Esta vez no habría contemplaciones. Apretó los labios porque en parte le daba rabia. Él no era un crío para dejarse manejar por mucho que lo creyera el hombre que a un paso de distancia, leía con intensidad las pocas líneas que llenaban la maldita hoja, como si de alejarse dejara la puerta abierta a una salida en semejante embrollo.

La jodida carta que había vuelto del revés sus planes. Lisa y conteniendo una clara caligrafía que no casaba con la enfermiza mente de su autor.

        

         Querido juguete,

 

Está hecho. Dispones de doce días para aceptar mi generosa oferta y recuerda lo que te susurré al oído en nuestro último encuentro, Robert. No seré tan complaciente la próxima vez que nos encontremos si la rechazas.

Me agradó compartir aquél íntimo beso en el barco y disfruté al tenerte tan cerca el otro día. Lamentable que no te dieras cuenta del roce de mis dedos al rozar tu espalda o de mi presencia, tan cercana, pero ya tendremos tiempo más adelante para eso y más, mucho más.

Espero que estés tan impaciente como yo. Si entras en razón, tendrás lo que te prometí. En caso contrario, no necesito recordarte lo que ocurrirá…

Saluda de mi parte a la sombra salvo que prefieras mantenerle en la ignorancia como hasta ahora Quizá quieras trasladarle que me agradó mucho tu sabor. Tan… dulce.

 

Hasta pronto, mi juguete.

 

M.S

 

Maldita sea. Peter le iba a matar, con lentitud. Dudó antes de alzar la mirada hacia la figura que no se había movido desde que le había empujado contra el lecho. No consiguió subir más allá de las manos. Esas inmensas manos que temblaban de pura rabia. Un hueco oscuro y profundo comenzó a formársele en el estómago. Apoyó las plantas de los pies firmemente contra el suelo para hacer presión y levantarse pero no llegó a dar el paso. La tensa voz de Peter le paralizó.
─No vas a lograr salir de esta habitación así que déjalo.
Tragó saliva con fuerza antes de hablar.
─Pues vamos a tener un problema.
─Y que lo jures, Robert.
─¡No me llames así! No lo hagas…

Así le llamaba Saxton y… le enfermaba. Tragó saliva al enfrentarse a la oscura mirada. Peter hablaba entre dientes como si de la ira le costara incluso vocalizar. Diablos, estaban demasiado cerca. Sus dobladas rodillas rozaban el pantalón de Peter y percibía debajo de la tela la extrema tensión de los músculos. Separó sus rodillas porque Peter no le dio más opción al acercarse todavía más y ubicarse entre éstas. Quedó en silencio negándose a mirarle, con la cabeza inclinada y la vista fija de manera obsesiva en los dedos entrelazados de sus propias manos. Intuía la pregunta que iba a llegar y no sabía cómo responderla.
─¿A qué beso se refiere?

Dios santo… La lengua se le trabó. La sentía tan pesada, hasta que unos firmes dedos lo sujetaron de la mandíbula y empujaron hasta chocar su mirada con el rostro tenso del hombre que era demasiado testarudo como para dejarlo pasar. Los dedos se tensaron casi causando dolor por lo que con una de sus manos aferró el duro antebrazo.
─Suéltame, Peter.
─No.

Estalló de repente. La ira, el miedo, el hartazgo, la sensación de estar atrapado en una jodida telaraña tejida por otro y arremetió contra lo único que le obligaba a enfrentarse a ese miedo que le carcomía poco a poco. Con fuerza pegó un golpe al antebrazo que lo mantenía sujeto logrando desasir su rostro, se levantó de golpe rozando el frente de su cuerpo el que le impedía el paso a la salida y empujó con las palmas de las manos el pecho que hacía de muralla. La sorpresa en los negros ojos duró un segundo, el suficiente para rodear a Peter, dar las zancadas suficientes hasta alcanzar la puerta y asir el pomo abriendo casi un tercio de espacio por el que salir. Hasta que se ésta se cerró de nuevo de golpe, de un brutal portazo. Los largos dedos contra la suave madera no daban tregua y el calor del cuerpo que sentía a su espalda, rozándole, tampoco. No supo por qué pero en su mente afloró el recuerdo de la primera vez que percibió a Peter como algo más que un amigo, el día que le regaló las dagas, el día que sus miradas se trabaron asustadas y miró esos llenos labios con sorpresa descubriendo que podrían besarle… La diferencia era que entonces no estaban furiosos ni entre ellos existía el mundo de sentimientos que sentían ahora. No mantenían secretos aunque fueran para protegerse por la sencilla razón de que amaba al hombre que se había acercado otro poco más hasta colocar ambas manos contra la puerta, a ambos lados de su cuerpo, aprisionándole. El cálido aliento en la nuca le provocó un escalofrío en la columna vertebral. Cerró los ojos con fuerza y apretó la frente contra la madera. Tiró del pomo una vez más, sin que cediera. Sentía la dureza de los muslos apretando los suyos, su vientre contra su trasero, manteniéndole en el lugar. Avisando, por el momento. Trató de separar la cabeza un poco de la puerta para girarse pero la palma de una mano presionó contra su nuca. Notó la dureza de un muslo empujar contra el interior del suyo, haciendo hueco al deslizarlo hacia un lateral. Desprendía tanto calor. Las palabras sonaron tan… roncas que no parecía la voz de Peter. Como si hubiera llegado al límite de su aguante.
─¿A qué… beso se refería ese cabrón?

Ahora fueron las palmas de sus manos las que se apoyaron contra la fresca madera. Estaba casi fría o quizá fuera el contraste ya que él ardía. Empujó levemente para girarse pero esa mano no se movía, manteniendo la presión. Torció cuanto pudo el rostro antes de hablar.
─Apártate, Peter. He de ir a trab…
─No.
No se lo podía creer. Apretó los dientes hasta casi chirriar.
─He dicho que…
Sus labios rozaron su oreja.
─No esta vez. Esta vez no pararé hasta que hables y tengo todo el día y… la noche. Así que, cuando quieras, puedes empezar, Robert.

¡Condenado terco! Empujó con fuerza contra la madera hasta que las caderas ubicadas tras él presionaron con brutalidad, en sentido contrario. Lo tenía completamente atrapado contra la puerta y algo le decía que Peter había perdido el dominio de sí mismo por unos segundos. La respiración sofocada que golpeaba contra su espalda lo atestiguaba. Un ligero temblor recorrió su cuerpo. No podía hacer más que observar de reojo la figura que estaba tan cerca. La veía borrosa. Con el rostro presionado contra la dura superficie observó la flexión de los dedos de la mano que permanecían contra la puerta junto a su rostro hasta que desaparecieron de la vista para sentirlos de repente en su cadera y apretar hasta casi dejar marca. Otro aviso de que quedara inmóvil donde estaba. El sofocante calor disminuyó con la leve retirada del inmenso cuerpo, distanciándose. Le daba algo de despacio pero mantenía el duro muslo entre los suyos. Sólo un poco pero le bastaba.  Aprovechó para intentar una vez más volverse pero la segunda mano de Peter presionó contra el centro de su espalda.
─¿Intentarás escapar?
Cabrón engreído y… ¡Dios! En esos momentos los odiaba. Odiaba lo que le hacía sentir. Otro doloroso empujón que le hizo golpear contra la puerta.
─¡No!
Los dedos se clavaban con fuerza en la cadera.
─No, ¿qué?
─No… me… empujes, Peter.
─Joder, canijo, juegas con fuego y hoy no es el mejor día –sintió el acercamiento del rostro─ Repito por última vez ¿intentarás salir?
─¡Y qué si lo hago!
─Que no lo lograrás.
─No puedes hacer esto.
─¿Quién lo dice?
Respiraba profundo o le iba a dar algo, con esa constante presión a su espalda. El muslo entre sus piernas presionó otro poco más, causando que se elevara separando los talones del suelo. Dios… Muy bien, había llegado el momento de razonar con el muy bestia.
─Habrán escuchado la pelea y se preguntarán qué hacemos.
─¿Y qué?
─¿Cómo que y qué, Peter?
─Siempre nos estamos peleando.
─¡No como ahora y suéltame, diablos!
─¿Intentarás escapar?
¡Por todos los diablos! ¡Era como un perro con un hueso! Respiraba con dificultad y por los rápidos aleteos de aliento en su nuca, Peter no se quedaba atrás.
─¿Me creerás si te digo que sí?
─Si lo prometes.
─¡Está bien!
─¿Qué?
─Joder…
Esos llenos labios quedaron casi pegados a ese lugar detrás de la oreja que le ponía el vello en punto y el muy cabronazo lo sabía, haciéndolo a propósito.
─¡Lo… prometo!
Con un último empujón de una de sus manazas contra el centro de la espalda que lo aplastó contra la lisa superficie, sintió el movimiento de Peter al apartarse. Antes de volverse comenzó el asalto.
─¿Qué… beso?

Golpeó la frente contra la madera antes de enfrentarse a una de las conversaciones más duras de su vida. Al girarse apreció que Peter apenas se había distanciado, dejándole el espacio suficiente para que ambos pudieran colocarse frente a frente. Se humedeció los resecos labios antes de iniciar y casi juró en alto. Esa negra mirada quedó por un segundo fija en su boca y su cuerpo al completo se tensó en respuesta al instintivo gesto de Peter, previo a cargar. Lo conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que le faltaba poco para mandarlo todo al infierno, cargar contra él y devorarle los labios. Sin barreras de contención. Tal y como hacían cuando quedaban solos, después de amarse lentamente o salvajemente, pese a estar agotados o relajados. Esa necesidad de marcarle con su boca, como si estudiara su forma, su sabor, la sensación al sentirla presionada contra la suya.
─Peter…
Los ojos permanecían fijos en su boca y el inmenso cuerpo tan rígido que parecía a punto de romperse. No podía ser. No ahora. Respiró profundo antes de comenzar.
─Antes de que me golpeara y perdiera el sentido en el barco, Saxton me besó, Peter ─Alzó la mirada y descubrió los oscuros ojos buscándole. Desvió la mirada porque le costaba sostener la suya. Le daba apuro tan siquiera relatarlo. Que ese enfermo lo hubiera tocado y no poder impedirlo…─ Ese enfermo… ese…

Unos largos dedos rozaron su mejilla. En el mismo punto en que Saxton le acarició. Tan diferentes, en todo.
─Sigue.
Lo hizo pero no antes de envolver con sus propios dedos los de Peter.
─Me colocó el cañón del arma contra la sien… ─el rostro de Peter se contrajo antes de aspirar con fuerza─… y me besó, Peter. Me dijo…

El suave sigue, canijo que manó de Peter terminó por derrumbar todas sus defensas.
─Si vienes conmigo por tu propia voluntad no daré orden de que los maten, de que los torturen. A ellos, a sus familias, a sus conocidos.

Sus ojos no pudieron apartarse del movimiento del cuello de Peter al tragar antes de que susurrara con voz ronca.
─¿Qué?
─No consigo olvidar sus palabras, la manera en que lo dijo. Os matará, Peter. Lo hará y yo… puedo impedirlo.
─¡No!
─Es capaz de eso y más. Lo dijo de una manera en que… Saboreándolo, como si ya hubiera planeado el modo elegido con cada uno y disfrutara al imaginarlo. Dijo…

La suave caricia sobre su mejilla resquebrajó sus defensas.
─Dijo que mi padre no escaparía por segunda vez, Peter. Un anciano que jamás en su vida ha hecho mal a nadie, condenado por ser mi viejo  ─El juramento de labios de Peter surgió salvaje─ Prometió que le haría sufrir. Que haría desaparecer a las mujeres y sacaría tajada de ellas pero que  Mere… se la quedaría para él. Demasiado fuego en ella para desperdiciarlo en otro. El muy cabrón dijo que disfrutaría domándola. A los hombres…

Inclinó la cabeza porque incluso hablar de ello, costaba un mundo. No podía olvidar. Lo intentaba pero volvía una y otra vez. Las palabras exactas, el disfrute que percibió en la forma en que las susurraba en su oído.
─ Por alguna razón aborrece a Clive. Quizá porque es mi compañero y amigo. Dijo que para un hombre así tendría compradores, Peter. Que lo subastaría al mejor postor ─Dios… las palabras se le estaban atascando en la garganta─ No se lo he dicho y ¡debí hacerlo! Debe ser más precavido aunque esté con Torchwell. Para avisarle pero me cuesta incluso pensar en ello. Repetir las palabras me enferma, Peter ¿Entiendes, ahora? No podría vivir con ello. Con su dolor, con sus muertes. No podría…

El inmenso cuerpo se pegó a él y sus manos le rodearon el rostro, tensándose a su alrededor e impidiendo movimiento alguno hacia los lados.
─¿Y podrías vivir siendo la puta de Saxton?

 

                                     

                                      III

 

         Estaba más pálida de lo habitual y eso era ciertamente extraño en una mujer como Elora. Un latigazo en el pecho de aprensión provocó que Mere se llevara una mano al abultado vientre.
─¿Están bien los niños?

Los ojos color avellana volvieron del lugar en el que habían permanecido perdidos durante la conversación que habían mantenido  Julia y ella sobre la elección del vestido que debía lucir Jules en la cena de esa noche con el pirata. Tras desechar los tres horrorosos engendros con los que había aparecido el despiste andante, tras cruzar el dintel del salón de su hogar, Julia había anunciado a bombo y platillo que, por su cuenta, había localizado la prenda perfecta para que la lengua de Sorenson llegara hasta el suelo y permaneciera a esa altura toda la velada. Por un segundo Mere desvió la atención hacia la mujer que por alguna extraña razón parecía encogida sobre sí misma, desprendiendo un aire de inmensa vulnerabilidad. Claro que no le extrañaba semejante mutismo tras relatarles el jaleo en que sus hombres parecían haberle metido. Le habían buscado un pretendiente y Marcus se había enterado, generando un reacción cuando menos llamativa. En lugar de apoyarse y darle su bendición porque sus hombres le habían localizado un buen hombre con el que poder compartir su soledad se había enfurruñado como una criatura de pecho y trasladado a Elora que no tenía edad para andar tonteando con hombres desconocidos y menos con dos niños a su cargo. Llamativa la reacción, sí señor. Pese a ello Mere intuía que había ocurrido algo más pero tampoco era cuestión de presionar más de la cuenta. De momento, al menos.
─¿Elora?
Algo serio le ocurría. Los redondos ojos pestañearon en sucesión.
─Están bien aunque nos hemos trasladado una temporada al hogar de Marcus. Está empeñado en que mi casa está ubicada un barrio inseguro y prefiere no correr riesgos hasta que se celebre el juicio de Bray y su padre.
─Pero eso no será hasta dentro de un tiempo…
─Por lo que tendré que morderme la lengua, aguantar sus ilógicas órdenes, que malcríe a mis niños y que me atosigue con…
Julia ladeó la cabeza y paró los erráticos movimientos para desenvolver la abultada caja en la que guardaba su maravilloso tesoro.
─¿Con qué?
Elora se frotó las cuencas de los ojos como una criatura. Dios mío, por un instante le recordó a una joven con el peso del mundo sobre sus delicados hombros. Un peso incapaz de sobrellevar.
─¿Le quieres, verdad?
El respingo en la encorvada figura al escuchar la serena pregunta de Jules sorprendió a todas. La caja quedó desatendida, ella se incorporó como buenamente pudo ayudada por Jules y se aproximaron lentamente a Elora.
─No sé de lo que…
─De Marcus. Hablo de Marcus, el hombre que quieres.

Las serenas palabras de Jules les dejaron boquiabiertas y el aplastante silencio de Elora, todavía más. Mere y Julia cruzaron miradas alarmadas antes de tomar asiento junto a la mujer que sin decir una sola palabra y aguantando con serenidad las frases acerca del hombre que amaba, lo único que había mostrado a lo largo de la mañana era una triste y melancólica sonrisa.
─No importa lo que yo sienta.
─¡Sí importa! –El grito de Jules causó un respingo en la mujer que les evitaba la mirada─ Sí… importa y mucho. Eres de los nuestros y que ese bruto no se haya dado cuenta de lo que tiene delante de las narices, no le excusa.
─No me quiere.

El recuerdo de unas palabras de su marido provocó una sonrisa en Julia. La reacción de Sorenson cuando se enteró que Elora estaba en peligro al acudir a los muelles por su cuenta había llamado la atención de Doyle hasta el punto que le había comentado que el pobre hombre estaba alelado con su segunda al mando. Alelado y hasta las trancas y el lerdo no se daba cuenta que semejantes mujeres no abundaban. Que él había pillado a la suya y Marcus iba a perder la oportunidad si no la aferraba desesperado al vuelo pero, claro, cómo le iba a decir eso él. Igual se enzarzaban en una trifulca por meter las narices donde no le incumbían. Quizá Liam se atreviera… aunque bueno, tendría que sopesar las ventajas y los riesgos con soltar a Sorenson de sopetón que estaba irremediablemente pillado por los huevos. Dios mío, le encantaba esos momentos en que su marido murmuraba en voz alta cuando algo le agobiaba. El no me gustaría estar en la piel de quien mire a esa mujer de manera amorosa de su Doyle se le había quedado grabada en la memoria. Una pícara sonrisa asomó a sus labios llamando la atención de Mere.
─Das miedo, Julia.
─¿Yo?
─Aja ¿Qué planeas?
Por un segundo un velo de duda asomó a los ojos de Julia pero una mueca de determinación terminó por aplastarlo. Con firmeza se dirigió a Jules, le aferró la mano y susurró un allá va.
─Jules, cielo, ¿sientes algo por Marcus Sorenson?

Mere casi se atragantó hasta que percibió la suave sonrisa que lentamente fue abriéndose paso en el hermoso y delicado rostro de Jules. Expresaba tanto con tan poco. Podría haber sentido algo, con el tiempo porque era un hombre... especial pese a su brusquedad, sus maneras e incluso su brutalidad. Algo trataba de indicar Julia y Jules lo había captado al instante. Sin un soplo de incertidumbre y ella no se enteraba de nada. De reojillo observó a Elora y estaba igual de desconcertada además de extremadamente pálida tras escuchar la directa pregunta. El gesto negativo de Jules precedió a un largo suspiro en Julia.
─Solucionado, entonces –el gesto de asentimiento de Jules a las palabras de Julia y la mueca casi maquiavélica en ese rostro habitualmente angelical, le puso el vello en punta a Mere. Se iba a liar parda─ Tendremos que hacer una reserva ahora mismo ya que quedan unas pocas horas. El vestido será para ella. Debemos llamar a la modista para adaptarlo y con el busto que tiene Elora el resultado será explosivo –por un segundo Julia pareció recapacitar─ ¿quién es tu nuevo pretendiente, Elora?

No es que las mejillas de Elora adoptaran un tono rosado, sino que parecieron a punto de estallar de calor.
─No… existe. Al menos eso creo. Los viejos se lo inventaron para no deprimirme.
─¿Cómo?
Elora carraspeó antes de farfullar.
─Lucas y Sampson creen que si me sale un pretendiente Marcus… Marcus… Esto es ridículo ¡No tengo ni tendré pretendientes! Soy una viuda rechoncha y hosca con dos niños pequeños a su cargo. Los hombres me huyen como si padeciera una enfermedad. No soy elegante ni delicada. No soy ni llegaré a ser hermosa con estos rasgos vulgares y… no pienso llorar porque soy una mujer fuerte que ¡no llora jamás!…
─Elora…
─… porque carezco del lujo de llorar en silencio por si me descubren mis niños y me piden con angustia en sus caritas que no esté triste, porque no puedo permitirme flaquear por ellos o porque el hombre que quiero me mire como si le molestara en ocasiones…

Unas elegantes manos al rodear el redondo rostro, acallaron las entrecortadas palabras que como un torrente habían comenzado a surgir de Elora. Dos pares de ojos color castaño entrelazaron miradas. De la mujer que amaba al hombre en silencio y de la mujer por la que ese mismo hombre se interesaba. Familiares y cómplices.
─Estás equivocada. Eres una buena mujer con un corazón generoso y eso es hermosura, Elora. Tú no te das cuenta pero nosotras lo vemos.
─Pero…
─No hay peros que valgan. Haremos caer al suelo de la impresión a Marcus Sorenson sobre su redondo y musculoso y bien formado y…
─¡Jules!
La risilla traviesa de Jules.
─… trasero.

Los fieros gestos de arrojo de tres mujeres se entremezclaron con el sofocado gruñido de una cuarta. Jules se irguió y comenzó a pasear por el salón como una fuerza incontrolable de la naturaleza.
─Muy bien. Primero, la reserva. Julia, te toca y que sea al lado de la de Sorenson o cercana. Que resulte imposible que Elora pase desapercibida. Toca acicalarla pero eso es sencillo.
─Y tú, ¿cómo vestirás para la cena?
Madre mía, daba miedo esa sonrisa en Jules.
─Como siempre.
─Osea, con el vestido fúnebre.
─¡No es fúnebre, Mere! Es… recatado.
─Y negro y cerrado hasta el cuello y chocará demasiado. Has de ir en consonancia con el momento para no levantar sospechas. Con el azulón. Se nos olvida algo.
─¿Qué?
Mere se frotó el vientre en respuesta a una pequeña patada antes de continuar.
─Localizar en unas pocas horas un pretendiente que haga rechinar los dientes al pirata y creo que conozco al candidato perfecto. Alguien que estará deseando meter baza porque es un cotilla, alguien que nos seguirá el juego si le suplico ya que cuando me empeño, no me puede negar nada y menos ahora que estoy en puertas de un… ya sabéis qué y si me disgustan, igual a mi niño o niña le da por salir de improviso y sobre todo, porque creo que Elora le agrada así que disfrutará de la velada. Además, está todo revuelto e histérico tratando de sonsacarme información desde que se enteró de lo de la cena de nuestra Jules con el pirata y creo que planea hacer algo así que mejor si le facilitamos la tarea, ¿no creéis?

Julia alzó las manos de manera apaciguadora.
─Mere… que te veo venir. Si es quien creo que es se puede armar una y bien gorda. Son capaces de llegar a las manos.
─Sí. Soy una gran estratega. Admitidlo.
Jules comenzaba a fruncir el entrecejo y a abrir los ojos como platos.
─No me mires así, Jules. Es el pretendiente perfecto para estropear los planes de Sorenson. La capacidad de Jared por revolverlo todo es legendaria –Mere alzó la mano para acallar las protestas de Jules─ Hazlo por Elora. Podrás aguantar sin dar un guantazo a mi hermano por una cortita noche, ¿no? Una tregua sin que él esté al tanto. Claro que igual se desmaya cuando no reacciones como él espera… Si no fuera por mi estado me encantaría estar presente. Ser una mosquilla revoloteando y presenciar la trifulca monumental que se va a…
─¡Mere!
─¡Qué!
─¡Estás salivando sólo de imaginarlo!
─¿Lo siento? Es que me encantaría ver todo aturullado a mi hermano y al pirata y… ya me callo.

El gesto de exasperación y rendición tanto de Elora como de Jules fueron cómicos.
─Muy bien, todo arreglado así que…
─Hay otra cosa que quería comentaros.

La seriedad en el tono que desprendía la voz de Elora  hizo que todas callaran  o quedaran inmóviles para atender.
─Ya sabéis lo que ocurrió anoche en mi casa. El susto que nos dimos al creer que alguien había entrado sin darnos cuenta.
─Pero no fue así, ¿no?
El completo silencio comenzó a hacer mella en tods.
─¿Elora?
─No estoy segura, Mere.
─¿Cómo?
─No se lo he contado a los hombres, ni a Marcus. A nadie, en realidad, pero sí que entraron a mi hogar. Al cuarto de mis niños. No sé cuándo pero me dejaron un mensaje con una amenaza. Si hablo con alguien… dicen que no los volveré a ver.
─¿¡Qué?!
─Estoy asustada. Por eso acepté trasladarme al hogar de Marcus porque allí me siento segura. Mis pequeños allí estarán a salvo. Protegidos.

Con movimientos pausados Elora extrajo un pequeño sobre color crema del bolsillo de la chaqueta que a primera vista lucía poco amenazante. Las pálidas manos le temblaban. Susurró unas palabras que no alcanzaron a comprender. La segunda ocasión en que lo hizo se quedaron sin saber cómo reaccionar, ya que el contenido creaba un mar de dudas y desconcierto.

 

         Encontrarás lo que buscas en el hospital de Bethlem, en Southpark.  Visita el Ala Este. Sección segunda. Celda 26.

Esperan tu visita. Dispones de dos días para sopesarlo. Si acudes acompañada perderás para siempre su rastro. En cuanto compruebes lo que te espera allí, te indicaremos las reglas del canje.

No intentes contactar. Lo haremos nosotros.

        Un última aviso. Aléjate del hospital de San Bartolomé o perderás tanto lo que buscas con desesperación como lo que ya tienes.

 

Una vocecilla ahogada rompió el silencio sepulcral que acababa de instalarse en el cuarto.
─Creo que se refieren a mi hermana, a Claire.
Julia se sentó tan cerca a Elora que dio la impresión de que la aplastaba por un segundo pero ella ni lo notó.
─Elora, no puedes pensar en serio…
─Sí.
─¿Y si es una trampa?
─¿Y si no lo es y pierdo la única oportunidad de recuperarla? No me lo perdonaría en la vida. Carezco de opciones y el hecho de contároslo…
─Quedará entre nosotras pero no puedes acudir tú sola. Demasiado arriesgado.
─No tengo opción, Julia. Al igual que no la tuve cuando te metieron en aquel barco. No la tengo…
─Lo sé, amiga mía.

Mere ocupó la plaza que permanecía vacante en el tresillo que ocupaban Julia y Elora, tras desplazarlas un poco de un codazo.
─Pensaremos algo. Entre todas. Tendremos que averiguar a quién retienen el Bethlem pero no podemos dejar de investigar San Bartolomé –un gesto de inquietud torció ligeramente el rostro de Mere antes de proseguir─ Ya tenemos la autorización para cubrir la sustitución como enfermera de tu amiga, Elora  y no podemos desperdiciar la oportunidad. No a estas alturas. Si advierten para que te alejes de San Bartolomé es que algo ocurre allí que no quieren que salga a la luz. Debemos organizarnos al detalle y con cuidado. Como siempre.

Un suave gemido de desesperación surgió de Julia.
─Olvidáis algo.
La suave voz de Jules detuvo de golpe las ideas que comenzaban a formarse en las mentes de las reunidas. La observaron con detenimiento.
─¿Qué quieren canjear por la hermana de Claire?

 

                                      IV

 

         No podía ser. Peter no podía haber dicho eso…

Perdió el control. Por completo, por primera vez desde que se conocieron. El puñetazo dirigido al vientre de Peter no lo alcanzó porque el hombre que acababa de hacer la maldita pregunta que jamás hubiera esperado escuchar de sus labios, lo desvió sin esfuerzo. Rob alzó la rodilla para dar donde más dolía pero el muy hijo de mala madre, clavó su duro costado contra el frontal de su cuerpo, impidiendo todo movimiento, sin soltarle el rostro pese a que se revolvía con fuerza. Con toda la fuerza de la que disponía. Le costaba respirar con ese inmenso pecho aplastándole. Sus labios casi rozaban los suyos por lo que cerró los ojos. Su olor le llenaba las fosas nasales. Le dolía el pecho y los dedos al tratar de alejar esas duras manos de su rostro. Los colocó con fuerza contra el pecho que se apretaba contra el suyo y empujó pero era como intentar deslizar una piedra del lugar en el que había permanecido clavada durante siglos.
─¿Podrías?
Jadeaba.
─Eres un… hijo de puta, Peter.
─Puede pero es lo que hay –sintió la yema del pulgar rozar su labio inferior. Trató de alejarlo, sin resultado─ Nunca podrías, canijo.
─¡No me llames eso!
─¡Te llamaré como quiera! Acostúmbrate. Deberás aprender a obedecer, a reír cuando te lo pida, a moverte con un chasquido de sus dedos, a desnudarte con un gesto, a tenderte cara al lecho cuando le apetezca para darle placer…

Hijo de… Apenas podía hablar. Las palabras se le atragantaban.
─¡Calla la boca!
─¿Por qué? Es lo que quieres, ¿no?
Empujó con todas sus fuerzas, con su pelvis para alejarle pero una de sus manos le rodeo el cuello, presionando con las yemas el lateral.
─Eres un cabrón, Peter.
─Si es lo que necesitas para entender, es lo que tendrás.
La respuesta a su repentina sacudida fue presión contra su entrepierna. Casi causando dolor. Le aplastaba con el jodido muslo. Intentó deslizarse hacia un lado pero no sirvió de nada.
─Esto es lo que sentirás si aceptas lo que te ofrece ese enfermo, Rob. Impotencia. Dolor. Miedo. Disgusto. Vergüenza e ira. Peor incluso. No será él quien te retenga sino que serás tú quien se ofrezca en bandeja, sin pelear.
─¿¡No lo entiendes?! Si peleo, arriesgo demasiado. Lo arriesgo todo.
─Y si no lo haces lo pierdes todo, canijo. A tu padre, a tus amigos… a mi. Gana él. Nadie más, sólo él.
─Pero viviréis.
─¿Para qué?

Tenía tan cerca esos iris negros que era sencillo leer en ellos la rabia, la determinación por asustarle lo suficiente como para que desechara la maldita idea que poco a poco, con el transcurso de los días se iba asentando en su mente. Dolía tanto hacerle sufrir. Dolía percibir el brillo de lágrimas no derramadas, del miedo y de la desolación. Dolía a ambos. Demasiado.
─Suéltame, Peter, por favor. Está decidido.
─No –sintió cómo le giraba la cabeza hasta que esos llenos labios le rozaron el lóbulo de la oreja─ No hasta que comprendas que… nunca podrías, Rob. Por mucho que te creas capaz.

         Se ahogaba. Se estaba ahogando lentamente y el único soporte que impedía que se hundiera le miraba retándole a contradecir.
─Haré lo que deba y nadie me lo impedirá, Peter. Si el momento llega…
─Olvídalo.
─¡No es tu decisión!
Los llenos labios formaron una fina línea.
─Me importa poco que creas eso, Rob. No… lo… harás.
─Lo haré.

Los labios chocaron brutales contra los suyos. No era un beso de amante. Era el beso de un depredador. No pedía, no compartía. Robaba. Mordió lo que tenía al alcance, recibiendo en compensación un brusco empellón que hizo rebotar la parte trasera de su cabeza contra la madera. Los carnosos labios se separaron de golpe de los suyos y una sonrisa irónica y dolida invadió el hermoso rostro del hombre que en esos momentos se asemejaba demasiado a un extraño. Con el dorso de la mano Peter se limpió los labios retirando el leve rastro de sangre dejado al morderle la lengua. Una profunda aspiración de Peter fue el único aviso antes de que rodeara de nuevo su rostro con sendas manos.
─Aunque muerdas, patalees o grites, no lograrás nada, Rob. Ni ahora ni con Saxton. Ese hombre te destrozará. Lentamente. Como un juego en el que participar. No me pidas que me quede quieto y callado viendo cómo lo permites. No lo hagas…

         No lo logró el sonido de su voz, tan ronca. Tampoco la curvatura de esa inmensa espalda, inclinada para que su frente quedara apoyada contra la suya, ni el apenas apreciable temblor de los dedos que, casi sin darse cuenta y de manera natural, acariciaban su mandíbula. No fue la tensión que percibía en su rostro o la manera en que una vez más se lamió el labio inferior antes de pegar esos labios a los suyos, dejando marcado contra su piel el lejano sabor a herrumbre de la sangre. Fue sentir deslizarse por su propia mejilla una solitaria lágrima. De un hombre que jamás había visto llorar, ni siquiera cuando lo sacaron de su propio infierno.

         El corazón le dolió. Sencillamente sintió que se le partía en pedazos. Por el hombre que con sus decisiones estaba rompiendo por dentro. No lo pensó. Lo besó con todo su cuerpo. Saboreó el sabor de la sangre, mezclada con la saliva, se tragó el suave quejido al rozar con propia lengua la herida que le había causado hacía unos pocos minutos. Rodeo su espalda con sus propios brazos y separó los muslos, ofreciendo todo lo que tenía al hombre que amaba con toda su alma. Apartó con suavidad el oscuro mechón que rejuvenecía esos rasgos duros y marcados. Lo besó una y otra y otra vez hasta que sintió que le respondía, con cuidado al principio, dubitativo, dolido. Con amor. Con familiaridad. Con pasión. Dios… le amaba tanto que… dolía. Dolía tan sólo imaginar la posibilidad de dejarlo atrás. Con la punta de la lengua saboreó ese sabor único provocando otro pequeño gemido de dolor. Separó sus labios a la segunda intentona.
─Dios, lo siento, Peter. Lo siento tanto…
─Dime que no lo harás. Con eso me vale.
Sus labios se acercaron de nuevo pero con una de sus manos detuvo su avance para adentrarse en esa mirada oscura y hermosa. Necesitaba mirarlo directamente. Con cuidado para que ambos memorizaran las palabras. Una promesa que debía dar porque otra salida era inviable. No entre ambos.
─No lo haré.

Un sollozo. Dios… un ahogado sollozo en el hombre que a todos, menos a él, mostraba una coraza dura e irrompible.
─Te lo prometo, Peter. Te lo prometo…

Apenas escuchó el tembloroso gracias. Apenas se dio cuenta del momento en que avanzó en dirección al lecho poco apoco, paso a paso hasta que la parte posterior de los muslos de Peter chocaron contra el mullido colchón. Se enredaron con las sábanas de cama. Se deshicieron de sus ropas, rasgándolas. Necesitaba amarle, tanto como el respirar. No temía llevar la iniciativa. Le enardecía saber que él le seguiría allá adonde llegaran. Juntos. Se amaron sin inhibición, sin miedo o quizá dejando de lado ese miedo que todavía los atenazaba. Recorrió ese cuerpo con los labios, lamiendo cada rincón. Los robustos hombros, las delineadas clavículas, el esculpido pecho y su vientre. Araño con la punta del dedo índice la forma del hueso pélvico hasta deslizarlo hasta la entrepierna para retomar el camino de vuelta y tener que empujar contra la cama las caderas que instintivamente se habían alzado contra su propia entrepierna.  Casi sonrió al apreciar la mirada de sorpresa en Peter al empujarle contra los almohadones y ordenarle que quedara quieto, antes de colocarse a horcajadas sobre él. El brillo de sus ojos al desatar con torpeza la cinturilla del pantalón apartándole las manos que se interponían para hacerlo más rápido por su cuenta.  Ignoró el ¿me quieres matar, canijo?, tan rasgado que apenas parecía su voz. Le separó los desnudos muslos tras obligarle a alzar el trasero y deslizar el pantalón por las piernas e ignoró el grito desgarrador al deslizar la punta de la lengua por la rigidez de su miembro. Ese sonido único y sofocado que emitió al aferrarlo con fuerza e introducirlo en la boca. Al lamerlo, al acariciarlo. Cálido.

Las caricias se tornaron erráticas hasta que la respiración se hizo áspera. Por un segundo quedó quieto observando al hombre cubierto de sudor. El hombre que amaba. Sin vergüenza. Sin prisas. Sin miedo. Plenamente. Separó suavemente los muslos para acogerlo en su interior. Pulgada a pulgada, forzando el espacio, mezclando dolor y presión al inicio con placer, poco después. El ritmo lo fijaba él, más lento, más rápido. Irregular, constante. Daba igual. Era compartir. Era amar. No supo cómo terminaron de costado con los muslos entrelazados y besándose. Los embates casi brutales hasta el punto de doler y desquiciar. Las manos de Peter y las suyas acariciaban, memorizaban. Sus bocas también. La presión en su bajo vientre se volvió insoportable hasta el punto de tratar de separarse algo del cuerpo de Peter pero esa mano contra su nalga no le dio tregua. No aguantaba más. Demasiado… Sentía demasiado. No…
─Peter…

Contra sus labios notó las palabras. Te quiero, Rob. Aunque me enfades, aunque me provoques, aunque me alejes de ti para protegerme. Nunca lo olvides…

Era hermoso expresar con el cuerpo lo que se siente. Notar romper todas las barreras porque nada tienes que ocultar ni esconder. Estallar juntos entre gemidos y jadeos. Gozar del tacto, de la suavidad, de la dureza. De Peter… No supo cuánto tiempo necesitaron para recobrarse. Puede que unos minutos o una hora. Quizá segundos. Entre sus brazos el tiempo no contaba hasta que la realidad retornaba y con ella, sus pesadillas y sus miedos. Y Saxton… Aferró la mano de Peter que tenía más cerca y apoyó palma contra palma, entrelazando los dedos. Necesitaba aferrarse a él para hablar. Necesitaba apoyarse en él.
─Si a pesar de todo algo saliera mal y…
La negra mirada se clavó en la suya y el rostro de Peter se inclinó hasta quedar las cabezas casi rozándose. Percibió la caricia de un dedo deslizarse por la parte exterior de su muslo y un dulce beso en sus labios. Tan suave…
─No tenemos la libertad de fallar. No esta vez, Rob.
─Lo sé pero…

Un largo dedo presionó contra sus labios mientras permanecían unidos, frente a frente.
─No lo permitiré, canijo. Esa es mi promesa.

No necesitaron de más palabras. Lentamente el sueño, el agotamiento y la tensión les fue invadiendo, relajando a ambos. Al mismo tiempo, entre caricias desperdigadas y besos sueltos. Juntos, como lo hacían todo. Con la mirada clavada en el otro, agotados, saciados y por primera vez en mucho tiempo, en paz.

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