Bueno, allá va el siguientes capítulo de los bombones. Espero ir cogiendo el ritmo poco a poco porque entre unas cosas y otras me ha costado retomar la historia de Peter y Rob y eso que les tengo un especial cariño. Ojalá os guste!!!!
Sin más historias para no dormir, aquí os lo dejo. Abrazos y arrechuchones a todos de la mala malísima!!!!
Capítulo
23
Oscuridad.
Estaba rodeada de oscuridad y se sentía tan asustada. Escuchaba y captaba
movimiento a su alrededor y las palabras… las aterradoras palabras de ese
hombre se repetían sin cesar en su mente. No
me agrada que estropeen mis planes. Alguien debe pagar por ello, ¿no crees,
querida? Ese enfermo disfrutaba con la situación. Y ella quería volver a
casa con sus niños, con sus viejos y con Marcus. Quería volver al calor y dejar
de sentir tanto frío. Tanto miedo.
Se
sentía observada y su instinto le decía que él estaba cerca.
Cerró
los ojos dentro de la propia oscuridad. Olía a viejo. A podredumbre. A sangre.
Pestilencia. Durante un segundo le dio la impresión de escuchar el gemido de
otra mujer pero la callaron de golpe. Retenían cerca a otra persona. Escuchaba
pasos a su alrededor. Iban y venían y le daba la impresión de que arrastraban
continuamente bultos por el suelo. También le pareció escuchar el circular de
ruedas de pequeño tamaño y crujir. El horrible crujir de huesos al ser
triturados.
¿Qué
estaba ocurriendo?
II
Era
un hermoso vestido como los que solía ponerse Celeste para agradarle. Era
curioso como puntualmente recordaba a su amante. Echaba en falta su
depravación. Todas sus sustitutas apenas se le acercaban, apenas rozaban su
malicia.
La
mujer que permanecía sentada en un taburete con una capucha sobre la cabeza le
molestaba. No era hermosa. No era intrigante. No era nada salvo el anzuelo para
que Piaret dispusiera de aquello que deseaba.
La
tela que le cubría la cabeza dejaba al descubierto su cuello. Alargó la mano
hasta que las puntas de sus dedos rozaron la suave piel. Sonrió. ¿Sentiría su
calor? Sí… El apenas perceptible movimiento hacia atrás lo atestiguó. Era
intuitiva. Un impulso le invadió. Rajarle el cuello y que su sangre acompañara
a los restos que cubrían el suelo. Matarla. Le molestaba incluso verla. Era
parte del motivo por el que perdió a su juguete. Fue lo no previsto en un plan
perfecto. Le ardieron las entrañas y observó cómo su mano rozaba el frágil
cuello hasta cercarlo. Y apretar… y apretar…
Estaba
atada y pese a ello peleaba como una fiera. Quizá se había equivocado con ella.
Apretó algo más y aflojó, para presionar de nuevo con fuerza. Unos ruidos
molestos surgían de debajo de la capucha. Cansina. ¿Acaso nadie sabía morir en
silencio? Clavó las uñas en el lateral del cuello mientras se acercaba para
escuchar al detalle. Parecía intentar decir algo…
Del
tirón retiró la capucha con la mano que tenía libre.
Ella
le provocaba. Le retaba. Se atrevía a amenazarle. La estaba asfixiando y no se
rendía. Curioso. La necesidad de matar pugnó con la razón. La segunda se impuso
por poco. Algo le decía que esta mujer no hubiera muerto suplicando sino
luchando y había pocas mujeres semejantes. Desperdiciar ese regalo le
molestaba.
La
brusca aspiración de aire acompañó la retirada de su mano. Tenía sangre en las
uñas. Acercó su rostro al lateral del de la mujer.
-Nunca
debiste cruzarte en mi camino, Elora Robbins. Ni tú ni tu hermana.Sus ojos se dirigieron a su propia mano al tapar los labios de la mujer. Sí, era una luchadora. Más valiente que sensata. Pese a su situación se atrevía a preguntar.
-Podría decirte si sigue viva o no pero lo intuyes, ¿verdad? Los hermanos intuyen esas cosas.
La súplica inundaba la oscura mirada.
-No es el momento, querida, aunque no tardará en llegar. Por ahora, eres mi invitada. Acomódate hasta que traigamos tu regalo desde Bethlem. Entonces él tendrá que elegir. Tú o ellos.
Lentamente separó la mano. La voz femenina surgió rasposa.
-¿Por qué?
¿Por qué? Lanzó una risotada. Era divertida. Se levantó de la silla ubicada frente a ella y mientras salía del túnel decidió responder.
-Porque quiero. Porque puedo.
III
No
era el momento de jugar a los enamorados. Ni el momento ni el lugar para
cortejar o endulzar un encuentro que no estaba seguro de querer enfrentar. Las
palabras que tenía preparadas en la garganta para anunciar se le quedaron
atascadas en el lugar. El anuncio de que estaba cortejando a la Srta Maple y
que el alcohol le nublaba la mente provocando que hiciera el ridículo quedó en
segundo lugar.
A primera hora de la mañana, casi de madrugada, había recibido un aviso urgente de los Brandon para que acudiera a su hogar en cuanto le fuera posible. En un momentáneo ataque de nervios creyó que Ross les había contado a los hermanos lo ocurrido entre ambos. Su indecente proposición del besuqueo la noche de la taberna o el hecho de que el nombre de Rob hubiera surgido en la conversación. Seguro que Peter Brandon lo estampaba contra la pared y le aplastaba el cráneo.
A primera hora de la mañana, casi de madrugada, había recibido un aviso urgente de los Brandon para que acudiera a su hogar en cuanto le fuera posible. En un momentáneo ataque de nervios creyó que Ross les había contado a los hermanos lo ocurrido entre ambos. Su indecente proposición del besuqueo la noche de la taberna o el hecho de que el nombre de Rob hubiera surgido en la conversación. Seguro que Peter Brandon lo estampaba contra la pared y le aplastaba el cráneo.
La
realidad resultó bastante peor de lo imaginado. En un abrir y cerrar de ojos la
situación se había complicado para aquellos que deseaban ver a Martin Saxton
entre rejas. ¡Condenada y resbaladiza sanguijuela!
Los
gritos de Sorenson y Evers habían alertado a una pareja de agentes que acababan
de incorporarse a sus puestos. El desconcierto había hecho acto de presencia en
la central de policía y tuvieron que intervenir cuatro agentes para que
Sorenson no estrangulara al joven que abrió la puerta de su celda. No constaba
la entrada y registro en comisaría de Elora. Únicamente aparecía la de Jared
Evers, la de su prometida Jules Sullivan y la del propio Sorenson. Los intentos
del localizar y pedir explicaciones al agente que los había detenido, Scott
Glenn, tampoco había dado frutos. Elora Robbins había desaparecido sin dejar
rastro y todo era culpa de ese malnacido.
La
sombra de Saxton se hacía sentir. Casi se podía palpar.
Para
empeorar la situación y el desconcierto en comisaría acababan de dar aviso de
la aparición del cuerpo mutilado de un joven celador en un edificio público con
el que alguien se había cebado. El dato se lo había trasladado Jared al poco de
entrar a la casa Brandon. El hombre lo había escuchado mientras firmaban los
papeles autorizando su libertad y por algún motivo pensó que le interesaría.
No
erraba. Por alguna razón no conseguía apartar la maldita noticia de su mente.
En cuanto terminara la reunión en casa de los hermanos él y Rob tendrían que acercarse
a comisaría. Ross no estaba y ya no sabía en quién confiar, aparte de su actual
compañero.
Se
pasó la palma de la mano por la sien. Le palpitaba la cicatriz.
Sorenson
se había levantado en armas y nadie, absolutamente nadie osaba acercársele más allá
de lo necesario.
La
mansión Brandon era un hervidero de gente entrando y saliendo. El lugar parecía
invadido por las hordas de Sorenson. No paraban de recibir órdenes y
sencillamente no se discutían por los presentes.
Por
un momento Clive creyó que Sorenson iba a estrangular a dos de sus hombres, a
los dos ancianos que siempre acompañaban a Elora en sus correrías y que la
protegían como halcones. El grito desgarrador de Marcus de que le habían
fallado al seguirla el juego, al permitir a Elora acudir a la maldita cena y
que gracias a ello se la habían llevado le provocó un nudo en la garganta pero
fueron las rotas miradas de los dos ancianos las que le retorcieron las
entrañas. Temían perderla.
No
hacía falta culparles ya que ellos mismos lo hacían. Dolía observar la angustia
en esas viejas miradas, en la manera en que suplicaban sin palabras perdón. Un
perdón que quizá no llegara del hombre que al otro lado de la habitación paró
un segundo y clavó la clara mirada en los dos ancianos. En ese segundo algo
cambio. Un músculo en la mandíbula masculina tembló. La desesperación con que
Sorenson actuaba reflejaba un terror desconocido hasta ese momento.
Las
zancadas hasta alcanzar el lugar que ocupaban sus hombres, inmóviles y el
abrazo posterior a los viejos prometiéndoles que la recuperaría aunque le fuera
la vida en ello se quedaría grabada en su retina para siempre. Al igual que el
brillo en los ojos de los viejos.
A
fuego en su memoria.
Jared
Evers hablaba de manera casi obsesiva de su prometida y del huevo que le había
salido en la frente como consecuencia del golpe recibido al caer al suelo
desmayada, tras ser casi asfixiada. Repetía que Saxton había amenazado a
Meredith y que antes lo mataba que permitir que acechara a sus dos mujeres. Por
un leve segundo Clive se sintió tentado de preguntar a quién se refería pero el
inmenso chichón en el mismo centro de la frente de la linda Srta. Sullivan le
facilitó una más que evidente pista. Desconocía que esos dos estuvieran
prometidos. Observando la insistencia del hombre en apretar una humedecida
compresa contra el rostro femenino y las hoscas respuestas de la dama en
cuestión le hicieron dudar de la cordura de Evers.
Se
encogió de hombros. ¿Quién era él para dudar del amor? Además, era una
inutilidad en esos temas.
A
unos metros a su derecha, el matrimonio Aitor parecía debatir algo
acaloradamente. Meredith sacudía las manos y trataba de sosegar a John con
escasos resultados. El hombre mostraba una palidez enfermiza y hacía gestos
repetitivos con los brazos circunvalando su estrecha cintura como si fuera él y
no su señora quién estaba encinta. Pobre hombre. Su mujer iba a acabar con él.
Estaba de viaje de negocios y había vuelto en tiempo record tras recibir aviso
de que las señoras la había liado buena, una vez más.
Menudo
peligro eran las damas. Todas y cada una de ellas.
Al
lado del matrimonio se mantenían a la expectativa Julia y Doyle Brandon.
Seguramente preparados para mediar por si la pequeña mujer lanzaba una patada
al marido. No sería la primera ni la última y por regla general la dama nunca
alcanzaba en la diana prevista. Era un verdadero peligro con las extremidades y
ahora estaba enorme. Realmente enorme. Como una manzana madura a punto de caer
del árbol. No, mejor una pera de esas en las que hincas el diente y el jugo
rebosa por todos lados y… ¡diablos! ya estaba divagando. Eran los nervios.
La
abuela Allison y el padre de Rob permanecían con las manos enlazadas y en
completo silencio, observando al resto con gesto de preocupación.
Los
únicos que mostraban cierto grado de serenidad eran Peter Brandon y Rob. Quizá
porque conocían de primera mano la siniestra forma de actuar de Saxton.
Un
escalofrío le recorrió el cuerpo. Se sintió avergonzado. En medio del caos y
planteándose presentar formalmente a su medio prometida a sus amigos. Como el
árbol que no deja ver el bosque.
Apretó
la mandíbula y tragó saliva. Al igual que Elora, Ross había desaparecido tras
espetarle lo del… beso, aunque por voluntad propia. Nadie lo había secuestrado.
¡Como si no tuviera otras cosas de las que preocuparse! Su mejor amigo le había
comentado que había sopesado hacer eso, lo innombrable y que se iba en busca de
la abuela. Que algo extraño estaba ocurriendo. Se había negado a facilitar más
información.
¡Como
si hablar de besos entre dos hombres no fuera raro!
Le
entraban sudores tan sólo de recordar la extraña forma en que se había quedado
paralizado. Había sido incapaz de reaccionar. Sencillamente se quedó parado
como un besugo con la boca y ojos abiertos. Mudo. Esa imagen le perseguiría
toda su vida. Y la expresión en el rostro de su mejor amigo también. Sentía una
curiosa mezcla de enfado, asombro e inquietud. Enfado consigo mismo. Asombro
por las palabras de Ross e inquietud por no saber cómo reaccionar. La sensación
de haber dejado pasar algo le estaba carcomiendo por dentro.
Desde
luego, ocultarse tras las faldas de una posible prometida no era la mejor
manera de sobrellevar la situación pero por el momento no se le ocurría otra.
Entre
los murmullos, los resoplidos de John y algún que otro berrido la palabra
mercado de ganado llegó a sus oídos.
Su
instinto le decía que Martin Saxton estaba relacionado con la revuelta iniciada
por comerciantes, carniceros y residentes para clausurar o trasladar el mercado
de ganado de West Smithfield. El lugar se había convertido en un foco de
pestilencia y suciedad. El trato a los animales resultaba inhumano.
Había
necesitado unas pocas horas durante media semana trabajando de ayudante en la
carnicería de sus amigos situada en la calle Percival para escuchar protestas,
susurros y amenazas en la zona. Las primeras provenían del propio gremio, los
segundos de la clientela. Las terceras de varias parejas de maleantes que
habían entrado en los locales de la zona y habían destrozado ante los dueños,
empleados y clientes el mobiliario y varios ejemplares de la revista de los
granjeros que contenía una petición contra la expansión del mercado.
Comenzaba
a extenderse el rumor de un posible traslado o la creación de un nuevo mercado
en Islington, en la zona de Copenhagen Fields y ello causaba tremendas
fricciones en el barrio. La decisión se decidiría en las próximas semanas por
los miembros de la junta metropolitana de Obras públicas de la ciudad.
La
situación se estaba convirtiendo en un volcán a punto de estallar.
La
crudeza empleada por ese par de hombres y el tono de sus amenazas anunciaban
represalias hacia los carniceros. Quizá Blair Burgi, el joven carnicero al que
dieron una paliza de muerte fue en su momento uno de los cabecillas de la protesta.
Quizá eso fue lo que descubrieron los agentes desaparecidos James y Roberts y
trataron de protegerlo. Quizá fuera tan simple como eso pero el vello de su
cogote al erizarse le avisaba de lo contrario. Algo descubrió el muchacho e
intentaron callarlo. Puede que su hermana, Maura Kennedy comentara algo que
llamó su atención y con ello selló su destino y el de Barbara Gates.
Maldita
sea… demasiados desaparecidos. Demasiadas lagunas. Necesitaba hilar las piezas
pero le costaba concentrarse. Demasiados nombres, demasiados datos y poco o
nada que los relacionara. Los carniceros, los agentes James y Roberts, la
desaparición de la joven enfermera, el maldito hospital de San Bartolomé, el
extraño doctor de los huesos y su obsesiva ayudante, Titus y la información que
les daba gota a gota acerca de los bebés, el tal Osborne y ¡ la condenada
espantada de Ross!
Le
costaba pensar con claridad y era culpa de su mejor amigo. De él y de nadie
más. Y, ¿por qué diablos su prometida olía raro? ¿Por qué le había llamado la
atención su olor el otro día al visitarla en su domicilio? ¿Por qué no podía
quitárselo de la cabeza como si fuera algo de suma importancia? Dios… se estaba
trastornando. Bastante tenía la pobre con el condenado sarpullido surgido en la
parte interna de las muñecas como para que, además, la mirara raro y la olisqueara. Desde luego
los dulces provocaban reacciones adversas en algunas personas. Melody Maple le
gustaba. Mucho y actuaba como un completo descerebrado. Parecía estar buscando
una nimiedad y convertirla en una pega en toda regla que echara al traste su
incipiente relación.
Se frotó con fuerza el lateral del rostro.
-¿Qué pasa, Clive?
Se volvió en dirección a Rob.
-Debí acompañar a Ross a ver a su abuela. Tengo el cogote erizado.
-Siempre lo tienes.
-También el cuero cabelludo y esa es una nefasta señal -comenzaba a balbucear y trató de retener la frase con todas sus fuerzas. Dios… era un incontinente verbal. A veces no comprendía cómo había llegado a superintendente- Nunca quise besarte, ¿sabes? Se me fue la cabeza y Ross se enfadó. Sólo eran unas breves lecciones prácticas y eres mi amigo. No tanto como Ross pero lo eres. Creo que por eso pensé en ti. Confío en ti y me dirías la verdad si fuera un horror en ya sabes qué. Eres seguro. Me da apuro pedírselo a una mujer porque se mofaría de mí en cuanto…
No
se estaba haciendo entender. De reojillo observó la mano de Rob alzarse en
dirección a su frente.
-¿Qué
haces?-Ver si tienes calentura. Susurras, hablas sin sentido, estas rojo y no apartas la mirada de Peter.
-No quiero que me mate.
Una fuerte palmada acompañó la sonrisa en el rostro de Rob.
-No le dejaré, amigo. Y ahora, ¿qué ocurre?
Aspiró con fuerza antes de contestar.
-He discutido con Ross.
-Ya.
-De nuevo.
-Vale.
-Nada serio pero…
-Te hace sentir incómodo.
-Puede. No puedo perder tiempo con otros problemas que no sean el caso de Martin Saxton, Rob. No ahora.
-¿No puedes o no quieres?
Condenado
empático. Por segunda ocasión esa mañana su capacidad de hablar quedó
petrificada y una azulona mirada llena de comprensión se posó con fijeza en la
suya. No entendía esa mirada ni su significado. No quería indagar, ni
comprenderla, ni dar vueltas a la cabeza. Quería atrapar a Saxton, evitar la
desaparición de otras parejas y saber qué ocurría con los niños. Deseaba…
deseaba una vida tranquila. Sólo eso y los últimos años habían resultado ser
todo salvo justamente eso.
Una cálida mano le cubrió el hombro.
-Vamos. Debemos movernos antes de que Sorenson levante la ciudad, piedra a piedra, en busca de Elora.
IV
No
iban a lograr avanzar si no se tranquilizaban. Los nervios estaban a flor de
piel, se encontraban desbordados y Saxton estaba ahí fuera. Al acecho como
acababa de demostrarlo. Nunca les daba tregua. Nunca… Una vez más les había
ganado la partida. Detuvo la mirada en la rubia figura que hablaba con un
enrojecido Clive Stevens y la opresión en el pecho le obligó a respirar con
ansia. Una maldita partida de ajedrez en la que una pieza esencial acababa de
caer. Sintió la necesidad de matar. De destrozar al hombre que no les permitía
vivir. Hizo un gesto en dirección a Rob que éste captó de inmediato. Junto a
Clive se acercaron al lugar que ocupaba junto al ventanal
-Debemos
separarnos para abarcar más. Todos callaron y se volvieron en su dirección, incluso Sorenson. El hombre abrió la boca para hablar pero decidió adelantarse.
-Vosotros, encontrad a Elora. El resto nos ocuparemos del hospital y de…
-¿Cuál?
La
suave voz femenina los sorprendió a todos tanto por la forma como por el
momento. Sonaba firme y decidida. Jared miró a Jules como si no le extrañara en
lo más mínimo su actitud. Quizá pareciera una frágil ardilla pero la joven era,
sin duda, una pequeña fiera y Evers lo intuía. Puede que no hicieran una pareja
tan peculiar. La joven dama paseó la mirada por los presentes antes de hablar
de nuevo.
-¿El
hospital de San Bartolomé o el hospital de Bethlem?
Había
perdido el hilo o le faltaba algún dato esencial. Su mirada se cruzó con la de
Rob y parecía tan desconcertado como él. Las siguientes palabras surgieron de
Meredith tras lanzar una mirada de resignación a su marido.
-Teníamos
planeado entrar en el hospital de San Bartolomé esta semana, como trabajadoras
–la inmensa figura de John se tensó a su lado llamando la atención de su mujer-
¡Yo no! No soy tan insensata... y ¡no resoples, marido! Iba a quedar en la
retaguardia con Julia, organizando un posible plan de contingencia, mientras
Jules y Elora se presentaban para cubrir un puesto vacante. Todo estaba
arreglado hasta que ha ocurrido lo que… ya sabéis –pese a la breve pausa nadie
la interrumpió- El caso es que Elora recibió un mensaje amenazante y…-¿¡Qué!?
El rugido de Sorenson provocó un respingo en Meredith.
-¡Lo siento! Sé que debimos contároslo pero ¡no tuvimos tiempo! Encontró la carta la noche en que se trasladó a casa de Marcus y nos asustamos.
-¿Qué decía?
El
helado tono en la pregunta de Sorenson hizo que John se aproximara a su mujer
hasta quedar pegado a la diminuta y abultada figura.
-Que
acudiera al Hospital de Bethlem, al ala este, no recuerdo la sección pero era
la Celda 26. Que allí encontraría lo que buscaba. Creía que era Claire, Marcus.
Elora creía haber encontrado por fin
a su gemela y nosotras teníamos que ayudarla. -¿Y si era una trampa?
-No le importaba y eso nos valía al resto. Elora es una de nosotras así que valía la pena el riesgo.
El
gesto de Sorenson comenzaba a serle familiar. Esa brusca manera de pasarse las
manos por el cráneo. Únicamente lo hacía cuando le faltaban las palabras de la
rabia y por el torcido gesto que mostraba era el caso.
-Sois
unas… ¡imprudentes atontadas!
Todas
las señoras presentes dieron un paso atrás al escuchar el rugido de Sorenson y
la abuela casi se empotró en el respaldo del sillón que ocupaba.
La
frase más sabia de la mañana, sí señor. Las miradas de desaire de las afectadas
no causaron el efecto pretendido en los maridos sino lo contrario. Habría
represalias. Y merecidas según su opinión. Cuestión diferente era la maldita
situación en la que se encontraban. Debían avanzar.
-Hay
que investigar a qué se referían, Sorenson.El gesto de asentimiento de éste le indicó que él se encargaría. Tras un intercambio de miradas con Rob, habló en tono seco.
-De acuerdo. En primer lugar, alguien ha de llevar a Meredith a casa. Debe descansar y dudo que los disgustos o preocupaciones ayuden. Debemos entrar de algún modo en el hospital de San Bartolomé. Como sea.
-Yo lo haré –la vocecilla era de Jules.
-¡Ni loca!
Suspiró agotado. Ya estaban esos dos de nuevo, en plena trifulca. Evers todo desmelenado y la joven tiesa como un poste con los brazos en jarras.
-¡Es la mejor opción!
-¡Para que te maten, mujer!
-¡O para encontrar a Elora!
-¡O para que te maten!
-Eso ya lo has dicho, loro!
-Vaya, ¿ya no soy fondón, querida?
-¡Loro fondón! Además, iremos armadas hasta los dientes.
-¡Si no sabes manejar armas!
Esa
pareja era desquiciante. Claro que igual otros opinaban lo mismo de él y Rob
así que optó por intervenir sutilmente. Como lo hacía todo. Con finura.
-Jules
tiene razón. Alguien ha de entrar y Jules puede hacerlo.Otra vocecilla femenina se unió al carro de despropósitos.
-Yo también podría. Nadie sospecharía de una vieja.
-¡Allison!
-¡¿Qué, Edmund?!
-¡¿Has perdido la cabeza?!
Por
los dioses. Otra pareja peleando. Por un segundo sintió la mirada azulona sobre
su rostro y suspiró. Se giró y el susurrado me recuerdan al alguien en labios de Rob le arrancó una débil sonrisa,
casi impensable en semejante momento. Sólo él era capaz de lograrlo. Su canijo.
Antes
de que llegaran a las manos lanzó un buen grito reclamando silencio y dio
resultado. Casi se podía mascar la tensión.
-Es
buena idea. Jules y Allison entraran a trabajar y recabaran información.
Podrían conseguirnos algún uniforme de celador o bien de los internos para
acceder al lugar. Titus estaba ahí por algún motivo y creo que tenía acceso a
los bebés que cuidaba de alguna forma. Si no lo mataron fue por eso. Algo hay
ahí dentro que no quieren que descubramos.A su izquierda sonó la clara voz de Clive.
-Estoy de acuerdo. Aquella mujer, la paciente que avisó a Rob en el hospital el día que descubrimos a Titus le dijo que lo iban a matar si no lo sacábamos de allí por lo que debemos actuar con rapidez. También me preocupa lo que Titus dijo de los niños.
-¿Qué?
-Lo de que tenían daño.
-Podría ser cualquier cosa –intervino Rob- No todos los niños que hemos rescatado estaban enfermos. Puede incluso que nada tengan que ver unos bebés con los otros.
-¿De verdad lo crees así? –Los grisáceos irises de Clive brillaron a la espera de la respuesta a su pregunta.
Ésta no tardó en llegar. Antes de hablar Rob apretó la mandíbula.
-No. No lo creo. Creo que eliminaron a Barbara Gates porque denunció haber visto a alguien que se parecía a Saxton. Intentaron callarla pero era una mujer valiente y eso la llevó a la ruina. Lo que jamás imaginó fue la calaña de gente a la que se enfrentaba. Saxton… Martin Saxton…
Rob
apenas podía pronunciar su nombre. Se le atragantaban las palabras, por lo que
continuó él tras apoyar la mano en su espalda, en el mismo exacto lugar en el que
la suya permanecería marcada para siempre. Presionó con suavidad hasta escuchar
el suave suspiro del canijo. Imaginar lo que pensaba Rob era fácil por lo que
habló con claridad.
-Creo
que esas dos enfermeras, Gates y Kennedy, descubrieron algo en el hospital,
algo relacionado con los hombres que encerraban allí sin registro ni motivo
alguno y se lo contaron al hermano de Maura Kennedy. Es demasiada casualidad
que los agentes que investigaban el caso de la agresión al hermano carnicero
también desaparecieran sin dejar rastro. No eliminaron a Titus porque
carecieron de tiempo. Intervenimos nosotros. Lo que necesitamos descubrir es
que conecta al hospital de San Bartolomé con el gremio de carniceros y con
Titus – Su mirada se posó un breve momento en Clive- Y no, no creo que nada
tengan que ver unos bebés con los otros ni con la desaparición de nuevas
parejas. Tampoco lo cree Rob. Creo que todo está relacionado pero hasta que no
entremos en el hospital no sabremos qué es.
Por
un momento un pensamiento fugaz cruzó su mente. Algo sobre los hombres
retenidos en San Bartolomé y las entradas y salidas. Las salidas… y las peleas
clandestinas. Maldita sea.
-Ella
dijo que habían trasladado a uno de los hombres a Bethlem.Todos los presentes se le quedaron mirando como si hubiera perdido la cabeza. Rob se le acercó,
-¿A qué te refieres, Peter?
-Maura Kennedy nos lo dijo. Por el hospital de San Bartolomé pasaron trece hombres y tres mujeres sin ser pacientes ni ser registrados antes de desaparecer sin dejar rastro alguno. De todos aquellos que las dos mujeres envenenaron nos consta que lograron salvar a uno. Un hombre. Lo trasladaron a Bethlem. Tiene que estar relacionado con el contenido de la nota enviada a Elora. Y eso significa…
Rob terminó por él.
-…que no es la gemela de Elora a quien retienen allí.
Un breve silencio dio paso a la pregunta que invadía la mente de todos.
-¿A quién tienen prisionero en ese maldito centro?
La brusca voz de Sorenson cortó de cuajo las elucubraciones.
-No tardaremos en descubrirlo.
El hombre apenas tardó cinco segundos en impartir unas órdenes claras a Sampson y Lucas. En media hora quería información. Los viejos actuaron con una agilidad propia de la costumbre. No dudaron. En segundos desaparecieron bajo el marco de la puerta doble de entrada al salón de la casa Brandon.
No tardarían en recabar datos.
-Está bien – Peter se dirigió directamente a Jules- ¿Cuándo teníais previsto entrar a trabajar en el hospital de San Bartolomé?
-Pasado mañana.
-Bien –se giró hacia Marcus- Debemos saber qué ocultan en Bethlem.
-Sea quien sea está relacionado con ella –La firmeza en la ronca voz de Sorenson no daba opción a dudar- Tengo a todos mis hombres recabando información y patrullando la ciudad. Quieren demasiado a… Elora –Su rostro parecía una máscara de piedra- No tardaremos en descubrir qué esconden y en encontrarla.
-No me gusta.
No
le sorprendió la intervención de Rob. Para nada. Él sentía lo mismo. Los
estaban separando. Sutilmente pero de un modo tremendamente eficaz. La búsqueda
de Martin Saxton se debilitaba. Con el secuestro de Elora perdían la inmensa
fortaleza y ayuda de Sorenson.
Por
otro lado su intuición le decía que el viaje a la campiña de Torchwell estaba
de alguna manera relacionado con todo lo que estaba ocurriendo.
Tendrían
que esperar a que volviera.
La clara voz de John interrumpió su próxima frase.
-Peter, ¿me haríais un gran favor?
V
Necesitaba
que el coche de caballos volara sobre el empedrado. Cuanto más rápido, mejor.
No
conseguía apartar la mirada del abultado vientre y de contar las respiraciones
cada vez más cortas de Mere. Gimió al darse cuenta que jadeaba al ritmo de la
mujercilla situada en el asiento frente a él. Estaba en esta situación por
hablar demasiado y hacerle el favor a John de llevar sana y salva a Meredith a
su hogar. Allí la esperaban sus padres y hermanos. Bueno, él y Peter pero a su
derecha el grandullón se mostraba la mar de tranquilo. Lo contrario a él. Estar
tan cerca de una próxima parturienta le ponía en guardia y en tensión. Llevaban
un cuarto de hora de camino enclaustrados en un espacio cerrado y los
movimientos inquietos de Mere comenzaban a asustarle. Apenas hablaba y
resoplaba mientras se frotaba el abdomen con amplios círculos.
Demasiados baches. Odiaba las calles de la ciudad.
Se estaba quedando ronco con los berridos al cochero para que apretara el paso. De reojillo observó el redondo y enrojecido rostro.
-¿Estás bien?
-¡Por todos los santos, Rob! Es la cuarta vez que me preguntas desde que hemos entrado al coche de caballos. Estoy perfectamente –un suave jadeo interrumpió la parrafada- Algo cansada y preocupada y, ahora que lo dices, me cuesta un poquillo respirar. Siento los pies como botas y me zamparía un buey de un bocado aunque eso no es nuevo, vaya. También… siento algo de presión y alguna que otra punzada en…
-Era una pregunta retórica, Mere.
-Ah. Pues eso, como una rosa… algo hinchada.
-¿No explotarás, no?
El gruñido femenino fue contundente.
-No quería decir eso. Estás algo grande aunque eso es normal, ¿verdad? ¿¡Por qué gimes!? ¡No puedes explotar, Mere! Llegaremos en seguida y en cuento cruces la puerta de tu casa podrás relajar los músculos. Ahora, apriétalos. Fuerte.
A
su izquierda sintió una leve sacudida. ¿Se estaba apretando Peter contra el
respaldo del asiento, tratando de alejarse de Mere? ¿Acaso no se daba cuenta
del labio fruncido de la mujer y las leves gotillas de sudor en la frente? Le
estaba dando algo a Mere. Un síncope en toda regla. Percibía su inexperiencia y
desconcierto en las cosas de las mujeres y eso era contagioso. ¡Dios mío! Debía
aparentar serenidad pero lo único que deseaba era lanzarse de cabeza del coche,
cuanto más lejos mejor. Qué espanto. Era un cobardica y no podía vocalizarlo
por si le daba un ataque de pánico femenino a Mere y ¡se les ponía de parto
galopante! El terror y el miedo a lo desconocido eran los causantes de muchos
desastres. Ella no podía verse el rostro. Mejor así. Otro gemido. Por todos
los… Tocaba rezar. A la virgen que era mujer y entendía de esas cosas.
Una vocecilla ahogada interrumpió su nerviosismo.
-Creo que…
-¡No!
¿Por
qué le miraba Mere con piedad? ¡Él no se merecía lo que iba a pasar! ¡No sabía
qué hacer y estaba gafado! ¡Del todo! Se giró con brusquedad hacia Peter al
tiempo en que éste hacía lo propio.
-Creo
que viene el…
Se
le durmieron las manos de golpe al escuchar la angustia en la voz del hombre
que quería. Él sabría qué hacer. Las sacudió con movimientos espasmódicos y
como el hombre templado que era se volvió hacia Peter con una mueca rígida en
la boca. Su mente le decía que enseñaba demasiados dientes pero por alguna
extraña razón, no podía cerrar la boca. Los labios se le habían pegado a las
paletas delanteras. Notaba la extraviada mirada de Mere fija en sus incisivos.
Sonrió otro poco más para sosegarla antes de berrear hacia su derecha.
-¡Haz
algo!
En
medio de una especie de bruma catatónica observó al hombre que quería tensar
los músculos, apretar los dientes, lanzar un juramento y arrodillarse junto a
la mujer de la que surgían unos angustiosos gemidos. No… era él el que emitía
unos ruidillos ridículos. Dioses, parecía un embarazado primerizo. John se las
iba a pagar todas juntas. Esto era un horror.
Necesitaban
paños. Agua caliente y sentía unas tremendas ganas de llorar. No conseguía
apartar la mirada de las suaves palmaditas que la inmensa manaza de Peter daba
a la más pequeña de Mere.
No
iban a llegar a tiempo. No al ritmo de los gemidos femeninos. Una extraña paz
se adueñó del interior del coche con las palabras de Peter. Parecía estar
hablando con una asustadiza yegua. Algo sobre que no pasaba nada si se
encabritaba y le ¿daba una coz? Que él podría soportarlo.
Seguro
que al paso que iban la recibía él. En los morros.
Con
las siguiente palabras de Peter su mundo se vino abajo y su corazón botó
alocado.
Rob, di al cochero que
pare el coche de caballos.
Viene el niño.
VI
No
debió viajar sólo y dejar atrás a Clive pero su presencia le asfixiaba. Tampoco
debió decírselo. Nunca debió mencionarlo. Al ver su expresión de asombro trató
de recular y hacer pasar la situación por una maldita broma entre amigos pero
el daño estaba hecho. Creyó ver rechazo en esos ojos grises y dolió. No.
Engañarse no valía ya. Esos ojos que conocía tanto como los suyos mostraron
rechazo. Un rechazo brutal. Sus palabras lo confirmaron al mencionar a esa
mujer. Melody. Una maldita palabra que a sus oídos sonaba lo contrario a aquello que significaba. Dios,
dolió tanto…
La
torre, las águilas y las cuevas le recibieron una vez más.
Maldijo
entre dientes. El maldito blasón de la familia parecía burlarse de él. Su
instinto no le había engañado al intuir que su abuela estaba en peligro. Apenas
había tardado unas horas en llegar a la casa de campo de la familia y media
hora más en darse cuenta que su abuela jamás iría por propia voluntad a Bath, a
disfrutar de unos baños que aborrecía y evitaba como si de la peste se tratara.
Mucho menos sin dejarle una nota o una explicación.
Por
consejo de su médico…
La
explicación de Smithson, el mayordomo de su casa, le había desconcertado. Desconocía
que un maldito médico atendiera a su abuela. Le había ocultado que siguiera un
tratamiento o que sufriera de dolores en las extremidades. Era y había sido una
mujer fuerte toda su vida. Su gente lo sabía y él lo ignoraba. El maldito nudo
en la garganta le cortaba la respiración. La descripción del médico provocó que
sus defensas se izaran. Un joven enviado por el renombrado Dr. Piaret, el
especialista que trataba a su abuela. Alto, apuesto e inquietante pero
extremadamente educado. Trataba a su abuela con delicadeza y compartían gustos
y aficiones. Lentamente se había ganado su confianza a lo largo de las últimas
semanas.
Demasiado
familiar…
Apretó
los puños alrededor de las riendas mientras recorría a galope el camino de
vuelta a la ciudad. Debía avisar al resto pero su instinto le decía que no iba
a llegar por lo que dio orden a Smithson de enviar una nota informando de lo
ocurrido. Clive no tardaría en recibirla. Apretó los dientes al formarse en su
mente la imagen del pecoso.
Saxton
volvía a cruzarse en su camino.
El
condenado era astuto y letal. Y él había caído en la maldita trampa.
Los
estaba separando poco a poco, debilitándolos para hacerse con Rob. Si él
desaparecía la investigación de los agentes James y Roberts quedaría en
suspenso. También la de la enfermera Gates y eso sólo podía significar que
Martin Saxton deseaba que algo gordo no se destapara. Quería tiempo. Se
acercaban a él, a la posibilidad de atraparle pero habían fallado al no
proteger a aquellos que amaban.
Tenía
a su abuela. De alguna manera había descubierto unos de sus puntos débiles. Sus
sentimientos habían provocado que cayera en una trampa bien planeada. Jamás
debió permitirse sentir y debilitar con ello
unas murallas que había ido izando durante años. Ello trajo la distracción.
Ésta, su mayor error.
Deseó
haberse equivocado al salir de la curva. El sol se estaba poniendo y los
caminos estaban desiertos. No podrían romper la barrera formada por el grupo de
hombres que les esperaban. Por mucho que Ogro fuera una condenada bestia y la
velocidad que llevara arrastrara a varios de los jinetes que formaban una
hilera ocupando lo ancho del camino. El animal aminoró el paso con un leve
movimiento de sus manos.
Los
cañones de varias armas apuntaban directamente a su pecho.
Por
un segundo se sintió tentado a clavar los tacones en los flancos de Ogro y
arriesgarse. Quizá así dejara de sufrir y de pensar en lo que había perdido.
Eran
demasiados y él estaba cansado. Cansado de fingir. Aflojó el amarre de sus
riendas y centró la mirada en el hombre que ocupaba el centro del grupo. En su
viciosa sonrisa.
Hijo
de puta.
Debió
hacer caso a su instinto y vigilarlo más de cerca. Hacer caso del instinto de
Clive respecto a ese hombre. Era el zorro en el gallinero. Una leve presión en
el costado lo acercó a Scott Glenn. Las ganas de borrar esa macabra sonrisa
casi pudo con él.
-Vaya,
vaya. Tenía razón el jefe. El superintendente Torchwell sin la compañía de su
perrito fiel. Dais pena, en el fondo. Tan previsibles…No iba a caer en la provocación de ese malnacido. Le daba igual que estuviera al tanto de su amistad con Clive o que supiera que iban tras Saxton. Tarde o temprano Glenn metería la pata y él estaría esperando.
-Dijo que sólo hay una cosa que puede romper la amistad entre dos hombres.
¿Qué diablos?
Todos los músculos del cuerpo se le tensaron en un instante. Apretó la mandíbula con las siguientes palabras de Glenn.
-Pagaría una fortuna por ver la expresión de Stevens cuando se dé cuenta. Qué pena no poder ponerle sobre aviso, ¿verdad?
Maldita
sea.
No
podía ser.
VII
El
canijo tenía todo el aspecto de ir a desmayarse y él tendría que bregar con dos
situaciones entre manos. Una parturienta y un atolondrado. El brusco codazo
había logrado parar de golpe los semi sollozos, bufidos, ahogos y gemidos de
Rob. Parecía que le fuera a dar un síncope. Seguía con esa inquietante e
inmensa sonrisa en la boca. Claro que con la fuerza con que Mere le estrujaba
la mano, no le extrañaba. No hacía más que contar en alto al ritmo de los
jadeos de Mere. Diablos. Sonaba como una urraca a punto de ser trinchada.
Maldita
sea. Tarde o temprano tendrían que levantarle las faldas y deshacerse de los
ropajes femeninos que obstaculizaban el camino del retoño. No estaba preparado
para esto. No lo estaba. El caso es que si se lo comentaba a Rob seguro que
vomitaba del susto. Se dirigió hacia el canijo pero la desesperación en esos
ojos azules le cortaron de cuajo su idea de que fuera él quien la desnudara. Su
canijo era más delicado, ¿no? Él era un torpe con las mujeres. Rob se lo
repetía hasta la saciedad.
-¡Nos
ha abandonado!¿Eh?
Dios… el canijo había perdido la chaveta. Esperaba que fuera momentáneamente.
-¿!Qué hacemos ahora!? ¡El hombre se ha largado!
Era
rocambolesco. Mere estaba de parto y Rob se centraba en la huida a galope del
cochero. Como un burro que no ve más allá. Habían alcanzado a escuchar un
pediré ayuda y los rápidos pasos alejándose.
De acuerdo. Había llegado el momento de tomar las riendas de la situación.
-Rob, bájale los pololos.
El chillido sobrevino esta vez de Mere con el apretón que le acababa de dar Rob al espachurrar la mano femenina. La rubia cabeza se aproximó a la suya. ¿Para qué le susurraba al oído si Mere estaba a su lado?
-¿Estás de broma, no?
-¿Tú crees, canijo? Quizá prefieras colocarte tú entre sus piernas y ¡yo le cojo de la mano, le doy palmaditas y le soplo el rostro!
-¡Tu posición es mejor!
-¿¡Para qué!?
-¡Para escurrirle los pololos!
-¡No me grites, Rob!
-¡No lo hago! ¡Son los nervios! Dime que no viene el niño…
-No viene el niño.
-¡No me mientas!
Increíble. Sopesó seriamente dar un puñetazo al canijo en plena mueca para ver si espabilaba de una vez pero igual perdía el conocimiento y lo necesitaba cuerdo. Era inexplicable pero su estrambótica sonrisa de alguna manera parecía calmar a Mere. Sus dientes brillaban en la semioscuridad. La lumbre del farolillo que habían conseguido encender parecía rebotar contra sus colmillos y captaban la atención algo esquiva de Mere.
Maldita
sea. Debía centrarse.
Muy
bien. Allá iba.
Con
toda la suavidad que pudo reunir apartó un oscuro mechón del sudoroso rostro.
Intentó avisar de lo que se proponía hacer pero sólo logró farfullar un par de
palabras entrecortadas. ¡Dioses! Adoraba a esa pequeña mujer. Sintió un apretón
en su brazo y eso le valió. Le había dado permiso. Le había sonreído pese al
dolor que era evidente que sentía y había asentido apretando esos suaves
labios. Dio gracias por no ser mujer. No podría superar un condenado parto. No.
Sin duda las mujeres eran duras.
Introdujo
las manos bajo las faldas y las alzó. Con un brusco golpe en el costado ordenó
al canijo que las mantuviera donde las acababa de colocar con la mano que tenía
libre. La otra seguía aferrada a la de Mere. Necesitaba ver lo que hacía.
Si
por su torpeza perdían a esa mujer que ambos adoraban nunca se lo perdonaría.
Nunca. Introdujo las puntas de sus dedos en la cinturilla distendida de los
blancos pololos y con suavidad los deslizó por los muslos. Una sensación de
estar haciendo lo que debía lo invadió. Tan sencillo como eso. No podía
equivocarse.
Una
especie de ronquido entre jadeos lo volvió a la realidad. A la cruda realidad.
Mere trataba de avisarle de algo.
Sintió
humedad en la pernera de los pantalones. En la parte superior de los muslos.
Supo lo que era al instante.
Mere
acababa de romper aguas.
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Demasiada adrenalina!!!!! Lo he leído, y se me ha subido el ritmo cardíaco. ... mañana lo volveré a leer a ver se volta a pasar jijijiji increíble Bego, muchas gracias por el regalo!!!!!!
ResponderEliminarFeliz navidad !!!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSiiiiiii. Bego, no sabes cuanto te he echado de menos y tus maravillosas historias. Menuda sorpresa de navidad. El mejor regalo!!!
ResponderEliminarHas conseguido que me ria, que me agobie y que odie a saxton. agggggg, odio a ese hombre.
jajjaja, casi no recordaba la sensación esa de no poder parar de leer pero no querer seguir porque se que va a llegar el final del capítulo. Eres única. Siempre consigues arrancarme una carcajada(los pololos!!!, jajajajaj)
Muchas gracias por el regalazo.
Un beso, reina.
Teresita.
Feliz Navidad y gracias por el regalo, menudo Olentzero más esperado!!
ResponderEliminarEspero q en esta ausencia hayas podido descansar, desconectar de todas las preocupaciones y cargar pilas!
Menudo capítulo, q regreso, menudo estres,je!
Ains....q ganas de seguir leyendo más!!!
Felices fiestas y un besote.
Josu
¡Hola Bego!
ResponderEliminarMuchas gracias por retomar la historia de nuestros bombones. ¡Tenía muchísimas ganas de volver a leerte!
¡Feliz Navidad!
Raquel
gracias a vosotras por los ánimos y por seguir leyendo la historia pese a los parones. Sois geniales. Un abrazo arrechuchado a toooodas!!!!
ResponderEliminarFeliz Año nuevo. Que te sea muy creativo y satisfactorio.
ResponderEliminarMis mejores deseos para ti, quiero seguir leyéndote mucho tiempo. Un beso.
Hola Bego! hasta ahora que no he podido leer este capitulo, que por cierto ha estado, guau, de vicio, menudo regreso
ResponderEliminarMe ha encantado
Pd Espero que hayas tenido una buena Navidad y una entrada de año igualmente buena
Besos